domingo, 22 de noviembre de 2009

LA JIRAFA QUE VIVÍA EN LA LUNA


Una de las muchas historias que se cuentan sobre la jirafa que vivía en la Luna es la que ella creía que realmente venía de Luna, cuando, en verdad, todo el mundo sabía que venia de África.
Ella siempre se presentaba de la misma manera:
—¡Hola! Soy la jirafa lunar.
Al oírla, todos se partían de la risa y muchos hasta llegaban a mofarse de ella.
—¿Ah, sí? Pues yo soy un marciano: vengo de Murcia, jajaja.
—¿En serio? —preguntaba ingenuamente la jirafa sin entender la burla.
—Sí, bonita… Y a mi amiga se la van a llevar a Venus, porque hace un mes cogió una venera, jajaja.
Pero pronto la jirafa se dio cuenta que se burlaban de ella, a veces de una manera cruel, así que decidió irse a vivir lejos de aquel mundo. Y así vivió durante muchos años, apartada de todo y de todos. Hasta que un buen día, vio aparecer un largo cuello a lo lejos y conforme se iba a acercando a ella, pudo ver que se trataba de un animal muy parecido a ella.
La invadió una inmensa alegría y corrió hacia la nueva venida para presentarse:
—¡Hola! Soy la jirafa lunar.
A que la otra, sorprendida, contesta:
—¡No me digas! Yo también.
Las dos se pusieron como locas y se abrazaron enlazando sus largos cuellos. Luego, después de una breve pero atenta y reciproca inspección, ambas preguntaron, casi al unísono:
—¿Y cuántos lunares tienes tú?
Y no pudieron parar de reír el resto del día.
Pero, a pesar de lo que se dice, lo que sí es cierto es que la jirafa vivía realmente en la Luna. Aunque nadie con certeza como fue a para allí. Hay quien dice que fue la Luna quien ala adoptó cuando, durante una trágica noche, a su madre se la llevaron los hombres. Ella quedó totalmente desprotegida, tanto que el astro se apiadó de ella y bajó a buscarla. Y, hasta que la huérfana no se hizo adulta, nunca volvió a ser Luna llena.
Y, sin embargo, mucha gente sigue divulgando la idea que la jirafa vivía en Luna simplemente porque vivía de sueños… Nunca estaba en la realidad.
Pero algunos creen que la verdad es otra.
Los más listos afirman que la jirafa tenía un cuello largo, pero que muy largo; tan largo que cuando era pequeña ya era más grande ya media muchísimo más que los de las otras jirafitas. Y que cuando fue creciendo se hizo tan largo que una noche que la jirafa se despertó  para ir a tomar un poco de agua se pegó con la cabeza contra la base de la Luna.
Esa fue la noche en que las dos entablaron amistad.
Pero también se cuentan otras cosas. Pueden creerlas o no. Y una de ésta es que la jirafa quería ir a América. Así que un día se subió a un avión para que la llevara allí. Pero para eso, antes tuvo luchar con dientes y uñas para ganarle la partida a una perra llamada Laika. El concurso consistía en ver quién aguantaba más sin marearse ni vomitar dentro de un cubo giratorio, para atestiguar quien tenía más capacidad para volar.
Ganó la jirafa. Emocionada hizo las maletas y se embarcó dirección a América.
Pero, como cabía esperar, el viaje duró muchísimo más de lo que ella esperaba y, cuando llego al destino, lo único que vio fueron cráteres y más cráteres. Así que se quedó muy, pero que muy decepcionada.
Pasaron los días, los meses, los años y la jirafa nunca llegó a ver a nadie, así que acabo sumida en una profunda depresión. Hasta que un día, cuando ya estaba casi en los huesos, llegó un extraño avión y al verla, la pusieron en una jaula y se la llevaron.
En su nuevo destino, a diferencia del primero, había muchísima gente y todos parecían esperar a ella y sólo a ella. Hasta había una pancarta enorme con unas letras muy bonitas que ponía: “Bienvenida a América, jirafa lunar”.

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